Con una ligera brisa, casi imperceptible bajo la calidez de los últimos rayos de sol, una marea de pies descalzos se dispone a abandonar tímidamente la orilla de la playa. Niños, jóvenes, adultos y ancianos recogen las pertenecías que minutos antes yacían en la arena con estética descuidada: una toalla aquí, la pala y el cubo del benjamín unos metros más allá, una silla descolorida y oxidada que pronto descansará cerca de algún contenedor del paseo marítimo y un sinfín de coloridas sombrillas que comienzan a cerrarse en un ritual casi rítmico. Los más perezosos aguardan en sus tumbonas el inevitable atardecer. Místico e idealizado, con sabor a sal.
Fotografía de www.carreraspopulares.com
Mientras el sol comienza a esconderse tras la ecléctica masa de grises edificios y casas bajas que marca el límite entre la asfixiante urbe y el litoral, centenares de personas se agrupan junto a la Playa de la Malvarrosa dibujando un extraño conglomerado de colores y números. Como si de un arco iris andante se tratase, hombres y mujeres se difuminan en un mar de camisetas rojas, azules, amarillas y rosas. De su ropa penden dorsales. 598. 597. 1489. 1141. 696… Los números bailotean. Se mueven de forma mecánica, simétrica. Saltan arriba y abajo. Las piernas y brazos se agitan en un movimiento estudiado y casi inconsciente al compás del último éxito de ventas, un soniquete repetitivo y apabullante como el calor.
Poco a poco, los atletas, profesionales y aficionados, abandonan la dureza del pavimento y se adentran en un terreno completamente diferente. Con un lento vaivén, evitando hundirse en la arena de la playa, los corredores se agolpan entorno al arco de salida. Son las ocho de la tarde. La IX Edición Volta Amstel a les Platges va a comenzar.
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