sábado, 23 de agosto de 2014

Cine y gastronomía.

"Comer con los ojos" es quizá la frase que mejor define la relación, casi sensual, del cine con la gastronomía. El séptimo arte no ha podido obviar el efecto mágico y seductor que una fantástica receta tiene en el espectador, una incitación a la gula, que despierta nuestros instintos más primarios y nuestro apetito más voraz. A falta de una tecnología que nos permita sentir los olores y sabores desde la propia butaca -aunque se han realizado pequeñas sesiones experimentales-, la imagen sigue siendo el principal medio para degustar, si bien de forma imaginaria, los platos que el cine nos sirve en bandeja o en pantalla, como guste.


Julie & Julia (Nora Ephron, 2009) es un buen ejemplo. Esta película basada en hechos reales, brillantemente interpretada por Meryl Streep y Amy Adams, narra la historia de Julie Powell, una joven que decide comenzar a escribir un blog de sus peripecias en la cocina. Pero no se trata de un simple diario de recetas, sino el relato del intento de cocinar en tan sólo un año las 524 recetas del libro de la chef Julia Child, "Mastering the Art of French Cooking", escrito en la década de los 60. En definitiva, el film combina dos historias en paralelo: los primeros años de la carrera culinaria de Julia Child y los aciertos y desatinos de Julie Powell como aspirante. Una película divertida, entretenida y deliciosa.


Y de la cocina francesa pasamos a la española, más concretamente a la Dieta Mediterránea (2009). La película, dirigida por Joaquín Oristrell, es una comedia en la que la gastronomía se funde con un delirante ménage à trois. Los protagonistas no sólo comparten fogones, sino una pasión que va más allá de la cocina. Olivia Molina es Sofía, una joven que pasa de cocinar en el restaurante de sus padres a convertirse en una prestigiosa cocinera gracias a su ambición y persistencia, pero su inspiración va de la mano de los dos hombres de su vida: su marido, Toni (Paco León), y su amante y representante, Frank (Alfonso Bassave). Dieta Mediterránea es una película sin excesivas pretensiones, salvo las de entretener y dar una vuelta a la tortilla cuestionando lo que socialmente se considera aceptable en torno al modelo tradicional de familia.


Pero si me tengo que rendir a una película sobre restauración esa es, sin dudar ni un momento, Ratatouille (2007). No por tratarse de dibujos animados la comida deja de ser menos apetitosa, al contrario, la sensibilidad y el amor por la cocina y las artes culinarias tradicionales que se transmiten en esta película han enamorado a varias generaciones. Pixar y su director, Brad Bird, no sólo nos cuentan la historia de un ratón que quiere ser chef, sino que nos sumergen en un universo de sensaciones fraternales y sentimientos profundos. Ratatouille no necesita mayor carta de presentación, pues el éxito de crítica y público la avalan considerablemente, así como el merecido Óscar a mejor largometraje de animación.

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